
“Fracking” es una palabra poco conocida hasta ahora para los mexicanos. Pero para ciudadanos de 17 países resulta más común.
El término está asociado al gas shale que se encuentra atrapado en los sedimentos de esquisto. Su extracción se hace a través de la técnica de fractura hidráulica o “fracking”, que empezó en Estados Unidos en la década pasada y que años después ha ocasionado que miles de familias se encuentren atrapadas en medio de agua potable y aire contaminados. Las pérdidas para los ciudadanos, sólo en ese país, se calcula en miles de millones. Pero las poderosas petroleras no han pagado ni un centavo.
La explotación del gas shale es uno de los puntos centrales de la Reforma Energética propuesta por el gobierno de Enrique Peña Nieto. Lo ha mencionado el empresario Pedro Aspe Armella –considerado autor del borrador de iniciativa– en discursos públicos; también el titular de Petróleos Mexicanos, Emilio Lozoya Austin. Aún antes de ser aprobada, un movimiento en contra “fracking” ha iniciado en México pero todavía es mínimo.
La técnica parte de la perforación de un pozo vertical que, una vez alcanzada la profundidad deseada, da paso a una perforación horizontal que puede extenderse entre 1 y 1.5 kilómetros. Esta perforación se repite en diferentes direcciones, partiendo del mismo pozo de perforación vertical inicial. Una vez hechas las perforaciones, y debido a la baja permeabilidad de la roca de esquisto, es necesario fracturar con la inyección de una mezcla de agua, arena y sustancias químicas a elevada presión que liberan el gas. Pero el flujo disminuye muy pronto y para mantener la producción, es necesario realizar continuamente el procedimiento de fractura hidráulica en un mismo pozo. Un mismo pozo puede ser fracturado hasta 18 veces.