En esta
nueva crisis devaluatoria priísta no hay perro que defienda al peso.
Contrariamente a lo que ocurrió en los años 80, cuando el presidente López
Portillo hizo el compromiso de defender el peso como un perro, aunque el tal
can resultó tan inofensivo como un french poodle, el gobierno de Peña Nieto no
tiene la intención de emular a don Pepe.
México no está defendiendo un nivel
particular de su moneda ante el dólar con las recientes medidas para vender
dólares en el mercado, pese a una fuerte depreciación de la moneda, dijo el
sábado el secretario de Hacienda, Luis Videgaray.
Eso sería una reminiscencia
de otra época, cuando el tipo de cambio era fijo. Se interviene hoy en el
mercado cambiario para asegurar la liquidez del mercado, que funcione bien, que
funcione ordenado. Bien, lo que se llama bien, sin embargo, no está
funcionando.
El Banco de México subastó el viernes 400 millones de dólares,
pero no bastaron y se disparó el precio a 17.30 pesos por dólar en ventanilla
bancaria.
¿Se
detendrá el desplome del peso?
Difícilmente.
Uno de los orígenes del problema es el endeudamiento del gobierno mexicano.
Vendió bonos, y sigue haciéndolo, sin prudencia. Lamentablemente el dinero que
levantó no se convirtió en inversiones productivas. ¿A dónde se fue tanto
dinero? No se sabe, es otro misterio como el ingreso derivado del petróleo. De
acuerdo con un texto del periodista Landon Thomas Jr., aparecido en The New
York Times, “los grandes fondos de inversión que ayudaron en el rápido crecimiento
de los países en desarrollo (nota mía: en México no sucedió, aquí se esfumaron)
huyen ahora de los bonos emergentes, lo que contribuye a la reciente fuerte
caída de los mercados globales.