En
México el gobierno y los legisladores usarán los tiempos del campeonato mundial
de fútbol --cuando el pueblo está más imbecilizado por la TV- para
discutir en tribuna y aprobar leyes sobre la privatización del petróleo. En
México el fanatismo futbolero es mayor (90 por ciento de la población) que el
fanatismo en la Virgen de Guadalupe o Pedro Infante. Se sabe que el fútbol no
es un deporte, que es un negocio empresarial multimillonario y un magnífico
vehículo para que el manipulado pueblo olvide la miseria, la explotación y
opresión del que es víctima. ¿No es acaso el papel de mediatización y control
que han cumplido la religión y los llamados deportes profesionales en todo el
mundo?
¡Qué
maravilloso sería que el pueblo brasileño –luchando contra su miseria y hambre-
impidiera la realización del campeonato mundial! Pasaría a la gran historia ese
pueblo porque supo y logró defender sus derechos contra el enorme despilfarro
del presupuesto público en construcción de estadios y pistas. Nos recuerda que
en México de 1968 gritamos en todas las calles aquellas consignas de:
“Olimpiadas de hambre” y “No queremos Olimpiadas, queremos revolución”. Pero
también recordamos que el fascista gobierno de Gustavo Díaz Ordaz –cuando sólo
faltaban 10 días para la inauguración aquel 12 de octubre- ordenó una gran
matanza de estudiantes cuando se realizaba un mitin en Tlatelolco, ciudad de
México.