El pasado miércoles,
el presidente francés, Francois Hollande, acudió inmediatamente a la escena de
la masacre en la revista Charlie Hebdo y declaró tres días de luto nacional. En
contraste, Enrique Peña Nieto todavía no ha pisado Iguala, y ha exigido a la
sociedad mexicana “superar” la trágica pérdida de 46 luchadores sociales de la
Escuela Normal “Isidro Burgos” de Ayotzinapa. En lugar de viajar a las montañas
de Guerrero, el presidente mexicano prefirió ir primero a China y después a
Washington para vender los activos del país y recibir órdenes del imperio. Se
confirma una vez más para quién “gobierna” el actual ocupante de Los Pinos.
También llama la
atención cómo numerosos comentaristas y políticos mexicanos se escandalizan con
los ataques en París pero se callan frente a hechos similares en su propio
país. Estos analistas de "high society" asumen una actitud
abiertamente colonial desde la cual las vidas y los derechos de los europeos
tendrían un valor más elevado que los de sus colegas latinoamericanos.
Tanto en el caso
francés como en el mexicano, personajes fuertemente armados y bien organizados
silenciaron importantes voces críticas. Ambas masacres son crímenes de lesa
humanidad y constituyen inaceptables ataques a la libertad de expresión. Todos
los mexicanos deberíamos solidarizarnos con el noble pueblo francés, de la
misma manera en que ellos generosamente lo han hecho con la causa de los
estudiantes de Ayotzinapa.
El hecho de que en un
caso los ataques hayan sido reivindicados por islamistas y en el otro sean el
resultado de la captura de las instituciones públicas, locales y federales, por
el crimen organizado, no altera en absoluto la esencia de ambos crímenes.
Tampoco cambia la situación el hecho de que en Francia las víctimas son
caricaturistas y en México estudiantes normalistas. La principal actividad de
ambos grupos es promover el análisis crítico de la sociedad y de las
instituciones públicas.
Además, todos los
informes internacionales demuestran que México es hoy uno de los países más
peligrosos en el mundo para ejercer el oficio periodístico. Cotidianamente los
periodistas críticos son amenazados, desaparecidos, encarcelados y acosados.
Docenas de informadores han sido cobardemente asesinados en los últimos años,
muchos directamente en su lugar de trabajo. Peña Nieto tampoco ha hecho nada
para detener esta constante subversión de los principios democráticos de la
República Mexicana.
Sería ingenuo atribuir
las contrastantes respuestas presidenciales en Francia y México a las evidentes
diferencias con respecto a las capacidades políticas o intelectuales de los
mandatarios correspondientes. Tampoco estaría esto relacionado con las
distintas “culturas políticas” en las dos naciones. Ambos pueblos comparten una
gran tradición de tolerancia y respeto para los derechos humanos surgida de
revoluciones sociales que pusieron el ejemplo al mundo: la francesa en materia
de derechos civiles y políticos durante el siglo XVIII, y la mexicana con
respecto a los derechos económicos y sociales en el siglo XX. Las dos
tradiciones constitucionales se comparan favorablemente con el individualismo,
el consumismo y la privatización del espacio público que predominan en Estados
Unidos.