“Quien no invierte 10 millones de pesos en una campaña no gana, el que
no compra votos el día de la elección no gana, el que no reparte
despensas y otras cosas, tampoco”. Son las palabras de Zac Mukuy Vargas
Ramírez, Secretaria de Asuntos Juveniles del Partido de la Revolución
Democrática, expresadas a la periodista Claudia Herrera de
La Jornada.
La dirigente partidista resume con toda claridad la naturaleza
corrupta de nuestro sistema político. En nuestra “democracia”
mercantilizada la posibilidad de dirigir la nación no es un asunto
abierto a ciudadanos bien intencionados, con liderazgo social o con
propuestas creativas, sino un negocio reservado exclusivamente para
políticos experimentados en la recaudación de fondos de procedencia
desconocida, la compra de lealtades y la manipulación mediática.
La situación que resume Vargas Ramírez es la triste realidad de todos y
cada uno de los partidos políticos actuales. No gana quien juega
respetando las reglas, sino quien patea con más fuerza el tablero.
Mentiría el dirigente partidista o funcionario electoral que afirme lo
contrario.
Esta deplorable situación es el legado directo de José Woldenberg, Luis
Carlos Ugalde y Leonardo Valdés, quienes han custodiado nuestra
“transición” fallida desde 1996. La gran mayoría de los consejeros y
magistrados electorales, tanto federales como locales, también han
contribuido gustosos a generar esta situación al sacrificar la
objetividad, inteligencia y valentía que tendrían que caracterizar su
actuación para sustituirla por conductas pasivas, parciales o
abiertamente corruptas.