La situación que resume Vargas Ramírez es la triste realidad de todos y
cada uno de los partidos políticos actuales. No gana quien juega
respetando las reglas, sino quien patea con más fuerza el tablero.
Mentiría el dirigente partidista o funcionario electoral que afirme lo
contrario.
Esta deplorable situación es el legado directo de José Woldenberg, Luis
Carlos Ugalde y Leonardo Valdés, quienes han custodiado nuestra
“transición” fallida desde 1996. La gran mayoría de los consejeros y
magistrados electorales, tanto federales como locales, también han
contribuido gustosos a generar esta situación al sacrificar la
objetividad, inteligencia y valentía que tendrían que caracterizar su
actuación para sustituirla por conductas pasivas, parciales o
abiertamente corruptas.
El remplazo del Instituto Federal Electoral (IFE) por un nuevo elefante
blanco llamado Instituto Nacional Electoral (INE) evidentemente no
resolverá el problema. No se echará de menos al viejo IFE, pero muy
probablemente el nuevo engendro sea aún menos efectivo que su
antecesor.
Con la creación del INE la soberbia de los ocupantes de la casona de
Viaducto Tlalpan rebasará cualquier límite. Los nuevos virreyes de la
“democracia” no solamente podrán negociar votos y lealtades en función
de los comicios federales, sino que también tendrán entre sus manos las
riendas de las elecciones estatales y municipales del país. Las
oportunidades para la búsqueda de nuevos cargos, empleos y acomodos
políticos se ampliarán y, si llegan a jugar bien sus cartas, los
consejeros gozarán de un futuro pos-burocrático lleno de lujos y
prebendas.
Más allá de cualquier reforma legal, lo más importante son los perfiles
de quienes dirigen las instituciones. Un buen funcionario electoral no
busca lucrar personal, política o económicamente con su cargo, sino
entregarse a la defensa de las causas ciudadanas y a enfrentar a los
poderes fácticos. Un efectivo consejero electoral tampoco se esconde en
los laberintos de la simulación legalista, sino que se asume como un
auténtico líder social.
Ya basta de tímidos burócratas y ambiciosos ególatras cuyas mayores
preocupaciones son la elección del restaurant para su próxima cena de
“trabajo” o el destino de su próximo congreso internacional. Habría que
colocar una nueva generación de consejeros y magistrados que se
distingan por su humildad, valentía y dignidad.
Fuente y nota completa: Soberanía Popular - John M. Ackerman.
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