Golpes, agresiones, venganza y
muerte son vida cotidiana entre muchos de nuestros niños y niñas. Inenarrables
son los casos recientes: Héctor Alejandro Méndez, de 12 años, murió el 20 de
mayo a consecuencia de los golpes que recibió en la cabeza por parte de cuatro
compañeros de grupo de su secundaria, en Tamaulipas. Otra chica adolescente de
Zacatecas fue grabada mientras la golpeaban y difundieron las imágenes por las
redes sociales. Recordamos también el caso de Angelina, adolescente indígena de
16 años agredida en su escuela del Distrito Federal: dos años de agresiones
continuadas hasta culminar en una golpiza, grabada y exhibida en redes
sociales. Grave, que ningún miembro de la comunidad educativa intervino para
detener los casos. El de Angelina es el único que ha trascendido las fronteras,
llegó el 15 de mayo pasado a la sesión del Tribunal de Derechos Humanos de las
Mujeres Indígenas, en Nueva York.
Según la Organización para la
Cooperación y el Desarrollo Económicos (OCDE), ocupamos el primer lugar
internacional del llamado acoso escolar obullying, que no es más
que un síntoma de la violencia, que crece en todas sus formas. La Consulta
Infantil y Juvenil realizada por el IFE en pleno año electoral, en 2012, nos
acerca a la mirada de las personas menores, parece que una cosa hizo bien esta
institución desaparecida: preguntar a muchos niños y niñas ¿cuál es la
percepción de sus derechos a la seguridad, a la participación y al bienestar?
Entre los resultados más visibles
de los 2 millones 256 mil 532 niñas, niños y jóvenes consultados (de entre 6 y
15 años de edad), se encontró que casi una quinta parte vive maltrato en su
casa, el cual disminuye conforme aumenta la edad; con la experiencia, niñas y
niños aprender a no dejarse. Pero contrariamente a lo que afirman las
autoridades en estos días, la violencia no solamente ocurre en el ámbito familiar,
hay también maltrato en la calle y en las escuelas, por parte de jóvenes,
adultos y maestros, se trata de un síntoma de la pobreza creciente, del
abandono de las instituciones y del deterioro del sistema educativo.
Casi la mitad de las niñas y los niños
de 6 a 9 años señaló que por donde viven hay gente que roba, y una cuarta parte
dice que por donde viven hay balaceras y muertos. La percepción de inseguridad
se incrementa con la edad: la presencia de balaceras y muertes alcanza 33.5 por
ciento las población de 15 años, y la reportan la mitad de niñas, niños y
jóvenes que viven en Coahuila, Tamaulipas, Sinaloa, Durango, Nuevo León y
Chihuahua. La menor incidencia está en Yucatán, Hidalgo, Campeche, Tlaxcala y
Querétaro.
Solamente hay que echar un ojo al
siguiente cuadro, son datos nacionales que seleccioné arbitrariamente de la
consulta del IFE, me voy con los grupos mayores de 10 años:
El estudio incluye una serie de
dibujos del lugar donde viven. Llama la atención la falta de árboles y la
presencia de basura. Hay un par de imágenes aterradoras: un chico de Iztapalapa
dibuja a un señor que dispara hacia la cabeza de otro; un niño de ocho años de
San Luis Potosí muestra un grupo de señores rodeados de botellas en la calle,
hay un helicóptero de donde aparentemente salió un hombre que dispara y tiene
al frente varios cuerpos ensangrentados.
La fuerza de estos datos es el
gran tamaño de la muestra y el profesionalismo con que se elaboraron los
instrumentos. Queda claro que muchos niños y niñas han perdido las esperanzas,
no se sienten escuchados por los gobernantes, el 70 por ciento sabe que no
podrá elegir a sus gobernantes, ni en el futuro.
Son los olvidados, como aquellos
del gran film de Buñuel por el que casi lo expulsan del país, niños y niñas
cuyas madres están abrumadas en medio de la pobreza, el trabajo doméstico y la
búsqueda del recurso para comer, donde brilla la ausencia del padre,
probablemente migrante, o trabajando de sol a sol con muy baja remuneración,
chamacos que asisten a una escuela cuyos maestros están cautivados por una
carrera magisterial donde la corrupción y la prebenda cuenta más que la
vocación y las horas frente a grupo.
Fuente: La Jornada.
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