En los últimos años, el derecho
de los pueblos indígenas a la consulta se ha convertido en el instrumento al
que más acuden para defender sus derechos. Lo hacen a sabiendas de que no
resuelve el fondo del problema y, peor todavía, si no se organizan bien puede
volverse contra ellos y terminar legitimando los proyectos que no aceptan
porque ponen en riesgo su existencia y su futuro. Lo usan tanto en sus actos
políticos como en los tribunales, porque a veces no encuentran más forma para
defenderse ante la avalancha de agresiones que les llegan en forma de programas
de desarrollo. Desafortunadamente para ellos el gobierno y las empresas
privadas ya se dieron cuenta de eso y se preparan para desarmarlos. Para
hacerlo, no dudan en entrar a jugar en el terreno de las consultas,
regulándolas y, sobre todo, controlándolas. Así, mientras los pueblos usan la
consulta con el propósito de defender sus derechos, los gobiernos y las
empresas la esgrimen para imponer sus proyectos, que son los mismos a los que
aquellos se oponen.
Un ejemplo claro de esto es el
artículo 113 de la iniciativa de ley de hidrocarburos que en breve se discutirá
en el Congreso de la Unión. En él se expresa que la Secretaría de Energía, en
coordinación con la de Gobernación y las dependencias que correspondan, deberá
llevar a cabo procedimientos de consulta y cualquier otra actividad que sea necesaria, con
la finalidad de tomar en cuenta los intereses y derechos de las comunidades y
pueblos indígenas en los que se desarrollen proyectos. En dichos
procedimientos, dice la iniciativa,podrán participar la Comisión Nacional de
Hidrocarburos, las empresas productivas del Estado y sus subsidiarios y
empresas filiales, así como particulares, conforme a la normatividad aplicable.
Leído sin el cuidado debido la propuesta parece encomiable, pero con atención
no lo es tanto, sobre todo si se le mira a la luz de las disposiciones
internacionales –aplicables en nuestro país– y los criterios jurisprudenciales
emitidos por la Corte Interamericana de Derechos Humanos, en alguna medida
retomados por la Suprema Corte de Justicia de la Nación.
La primera duda es sobre la
instancia responsable de la consulta: si lo es la Secretaría de Energía, ¿qué
hace ahí la de Gobernación? Y todavía más, ¿qué hacen ahí la Comisión Nacional
de Hidrocarburos, las empresas productivas del Estado, sus subsidiarios, sus
empresas filiales y las privadas? El asunto es importante porque la consulta es
un derecho de los pueblos que debe satisfacer el Estado, en su calidad de
depositario del poder público, no las empresas, aunque sean públicas. Tiene que
ver también con que las consultas son el mecanismo para que los pueblos den su
consentimiento o lleguen a un acuerdo con el Estado sobre si quieren o no que
se instalen las empresas en sus territorios, y si se van a instalar, en qué
condiciones lo harán, qué beneficios van a obtener ellos, qué impactos
sociales, ambientales, culturales o de otra índole pueden provocar, las medidas
que se tomaran para evitarlos, y si no fuera posible, la manera de remediar sus
impactos. Todo esto antes de que se otorguen los permisos para la instalación
de dichas empresas.
Esto y más consta en los
instrumentos internacionales referidos a los derechos de los pueblos indígenas,
lo mismo que en la jurisprudencia de la Corte Interamericana de Derechos
Humanos, misma que los operadores gubernamentales conocen porque el Estado
mexicano ha sido parte en algunos juicios de donde ha emanado. Este hecho lleva
a pensar que al proponer una norma confusa, que no expresa el procedimiento
para la consulta ni el destino final de los resultados, lo que se busca es que
el Poder Legislativo apruebe una disposición que vuelva inaplicable el derecho.
No se trata, por cierto, de una política gubernamental novedosa. Es el trato
que se ha dado a los indígenas de Puebla, Guerrero y Chiapas, que han exigido
que se cancelen las concesiones mineras porque no sólo violan su derecho a la
consulta, sino también su garantía constitucional de acceso preferente a los
recursos naturales de los lugares que habitan.
La postura del Poder Ejecutivo es
clara en esta materia: simular que se respeta el derecho a la consulta, para
legitimar la imposición de sus proyectos. En los próximos días veremos cuál es
la de los legisladores.
Fuente: La Jornada.
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