Cada día, al ver el noticiero pienso que el televisor ha sido poseído por Satanás y a modo de espumarajos, arroja cada segundo estupideces memorables. Y no me refiero a la sintonía de un discurso presidencial (No tendría cara para quejarme. Fuimos advertidos de sobra).
Me refiero a la baba demoniaca que sale de los incontables truhanes que la hacen de corsarios de la tinta o de la imagen, porque desafortunadamente conocen el valor de la frase de Bulwer Lytton* y así, con esos aires de suficiencia que da la prepotencia, recetan estiércol que pretenden que los ciudadanos traguen.
Tal vez a esto obedece que la gente sencilla se vuelve partidaria de las teorías del complot. En la lógica de los medios que han mentido e inventado; las personas comunes se imaginan conspiraciones que expliquen las incoherencias en la información corrupta, de esa forma empiezan atribuir todo mal a un demonio todopoderoso, y , casi como invocación, aparece los innombrables.
El sometimiento de los medios a intereses que no tienen que ver con la verdad, se da en todo el mundo: en la guerra de Irak, cuando los medios estadounidenses fueron amordazados; en los medios de comunicación italianos, que solaparon las travesuras con menores de edad del primer ministro Silvio Berlusconi, poderoso accionista de medios.
Pero en México destellan ejemplos soberbios. Una perla de esto fue el borrado electrónico de la imagen de un Senador en transmisiones televisivas porque se atrevió a aceptar que haber apoyado una ley había sido un error (la llamada Ley Televisa)**.
La versión tergiversada sobre el candidato presidencial puntero encerrado en los baños de una universidad; el secuestro de una secuestradora para que escenificará su aprehensión en directo para la televisión o, más recientemente, los ataques mediáticos entre Carlos Slim y los emporios televisivos, son algunos ejemplos.
Kierkegaard, no solo es el padre del existencialismo, sino que con su frase “los periódicos son el sofisma más funesto que haya aparecido” se convirtió en el profeta de la desinformación y la manipulación que viviríamos.
El filósofo no era enemigo de la libertad de expresión, y la dureza de sus palabras obedece a que le preocupaba enormemente que los periodistas se convirtieran en voceros de causas que al ciudadano común no le interesa comprar.
A modo de parábola contaba que los merolicos de la información son capaces de provocar lo que pasaría en un barco si el pinche de cocina se apropiara de los sistemas de sonido de la nave.
A través de los altavoces el ayudante de cocina llenaría a los pasajeros de una gran cantidad de información irrelevante. Contaría cuánto le gustaba la mucama regordeta y cuando ésta le plantara una cachetada, antes sus insinuaciones, el personaje buscaría poner a la opinión pública, cautiva, en contra de la desagradecida.
Mi admiración por Kierkegaard tal vez me hace sobredimensionar su profecía, pero estoy convencido de que estamos rodeados de merolicos que se dicen comunicadores, que no escuchan la verdad, solo el tintineo de monedas.
Por eso hoy iré a que me editorialice la vida mi peluquero, ese anciano es más objetivo que todas las estrellas de los noticieros nacionales juntas.
Fuente: Pepe Resortera en VOX.
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