
Suponer que
sólo existen tres problemas en el espacio político podría parecer
incoherente para todo aquel que supedita las ideas de corrupción, robo,
compra y coacción del voto, manipulación, fraude, calumnias, represión,
ineficacia, crisis, deshonor, y hasta traición a la patria (entre otros)
al concepto mismo de política en tiempos modernos. Pero ¿es posible
abstraer un núcleo de problemas madre?
De acuerdo a una reflexión de Carlos Matus (fue economista y
Ministro de Economía, Fomento y Reconstrucción de Chile, estudios en la
Universidad de Chile, Harvard, y trabajó con CEPAL y el ILPES de las
Naciones Unidas), son precisamente tres propiedades las que caracterizan
el estilo de hacer política en América Latina: la mediocridad, el desprestigio, y la falta de teoría y métodos para gobernar.
1. La mediocridad
Que algo sea mediocre significa que es de calidad media, o tal
vez de poco merito, tirando a malo. Queda a opinión del lector el punto
en que se sitúa la política mexicana, pero sin duda (creo que no puede
haber disensión en este punto) no coexistimos en un régimen provechoso,
favorable o virtuoso en sus resultados. Y son cinco las razones que
hacen de la práctica política una práctica mediocre:
Primero hay que manifestar lo evidente. La política está desenfocada
de los problemas de la gente. “La política genera sus propios
problemas, y los políticos se dedican a resolver los problemas de la
política, no los problemas de la gente”. El remedo de Reforma Política
es un buen ejemplo. Se centra en la (RE)elección, pero no en los fines
de esta, o sin esta.
En segundo lugar, está el aparente consentimiento de que basta
la improvisación, la experiencia, el sentido común y algunos estudios
para hacer política. Esto no solo es determinante de mediocridad, sino
que pone en evidencia la falta de teoría y métodos para gobernar.
También es obvio que el sistema jurídico-político carece de mecanismos que garanticen la responsabilidad.
El desempeño político no es medido más que a punta de chismes que no
trascienden a la práctica, y con elecciones que pueden ser adulteradas.
Pareciera (en nuestra realidad política) que da lo mismo expropiar que
privatizar el petróleo (la reforma energética ES privatizadora, ver la
RAE y mi artículo anterior) pareciera que da lo mismo garantizar el empleo que el desempleo, la seguridad laboral que la flexibilización. No hay rendición de cuentas que derive en eficiencia política. Esto facilita el estancamiento y la mediocridad. Insiste Matus en que así se permite la falta de ética, que desemboca en corrupción. De aquí que la corrupción “no es un problema de los corruptos, es un sub-producto de la mediocridad del sistema político”.
Otro vértice de la mediocridad es sin duda el sistema de partidos, que no son, hasta hoy, sino clubes electorales. Existe una separación descomunal entre la época electoral y la época de gobierno. ¿Cuantas frescas promesas de campaña se estarán pudriendo en el basurero de la historia y el olvido?
Por último, el político es un sistema ultra-centralizado.
Para un presidente, un gobernador, o un presidente municipal no
significa nada un bache, en un país lleno de baches, o un crimen, en un
país inmerso en una guerra contra el narcotráfico, o una injusticia o un robo, en un país donde se ha robado hasta la presidencia y la impunidad casi lo ampara y ratifica.